lunes, 29 de julio de 2013

Hielo y alfileres.

Miraba el dibujo de las sábanas. Juraría que era mejor que ver cualquier rincón del mundo. Subían desde sus pies hasta el inicio de su espalda baja. Subí la seña de su columna vertebral tomándome el debido tiempo en cada lunar. 

Verla abrir los ojos es ver el cielo arder. Es completarse de aire. Es encontrar techo en mitad de una tormenta. Es vivir a toda costa en el puerto donde echan el ancla sus lágrimas antes de embarcarse en una misión suicida contra sus labios, quienes hacen desaparecer los navíos con el paso de la lengua.

Escucharla evaporarse cada vez que desabrocha un botón, es como sentirse ratón ante un león hambriento. Es notarla florecer entre los huecos del alambre de espino. Es hacerse dueño del tiempo que ella ordena.

Quererla es saber masticar hielo. Es saber clavarse alfileres en las encías. Es vivir resucitando cada segundo.

Quererla es un invierno entre mantas. Quererla es precioso. Quererla es lo mejor que le puede pasar a alguien como yo, un congelador lleno de alfileres y con el enchufe roto.

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Vamos, no te cortes, como si estuvieras en tu casa.