domingo, 4 de noviembre de 2012

Entre hormigones

Las gotas de lluvia resuenan en el cristal de la ventana como un ejército de recuerdos mal curados.
No hay luz en la habitación, y el único sonido que la invade es tu respiración.
Estás sobre la cama con los ojos abiertos, mirando a la nada.
Notas como vienen sus uñas trepando por tus tobillos, notas su pecho detrás, apoyado sobre tus piernas, ascendiendo.
Su vientre te eriza la piel. Su aliento, frío, te roza la entrepierna.
La notas cómo te muerde bajo el ombligo y sigue subiendo. Tú, inmóvil.
Apoya sus manos a ambos lados de tu cuerpo, y se pone a escasos centímetros de tu boca.
Su pelo cae sobre tu cara y se interpone entre vuestros labios.
Se lo recoge en un moño que atraviesa con una de tus costillas.
Ya estás acostumbrado a su dolor, tú ya no sientes nada.
Se acerca a tu oído y lo dibuja con la lengua.
Pone sus dientes en tu cuello y te deja la marca de su boca.
Con la mano derecha te agarra de la nuca.
Te muerde el labio inferior y tira de él, de una forma tan dulce y suave que vuelves a notar todas las partes de tu cuerpo en tensión.
Apoya su nariz al lado de la tuya y te mira, para el tiempo, derrumba la habitación, y juntáis los labios.

Porque a la puta oscuridad, le sobran besos.

2 comentarios:

  1. Increíble.
    Supongo que te lo habrán dicho mil veces, pero ahí va una más: me encanta como escribes.

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  2. Tampoco creas que me lo dicen mucho, eh. Pero muchísimas, muchísimas gracias.

    Un beso.

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Vamos, no te cortes, como si estuvieras en tu casa.