jueves, 1 de noviembre de 2012

Y volvió.

Vaya, tengo las zapatillas llenas de mierda, debería pasarles una toallita o algo, de dónde habrá salido tanto barro... - Pensaba mientras me miraba los pies en un banco del centro de Madrid.
Por no hablar del resfriado que llevo encima, he debido de coger frío por la noche. -Añadí

La gente pasaba arrastrando sus miedos con cadenas calle arriba, otros eran arrastrados por ellos calle abajo. Yo, inmóvil, me limitaba a mirarles.
Con cuántas vidas nos cruzamos al día, y cuántas de ellas podrían hacernos felices...
Con cuántas miradas compartiría mil cafés, mil abrazos, y mil vueltas en la cama, miradas que duran apenas tres segundos, lo que tardan en girar la cabeza y volver a su día a día.
Cuántas veces podría pedirles perdón a las faldas de las mujeres que veo a cada instante, cuántas notas con un "te cambio un "conmigo" por un "ya nos veremos"" podría dejarles en la mesilla antes de irme para siempre. Cuántas canciones podría escribirles a sus "no te quiero" y a sus "quédate por ésta noche"

Me levanté del blanco y dejé de soñar despierto. Subí la calle arrastrando mis dudas cosidas a la espalda, y me paré en un bar que no tenía mala pinta. Mesas de madera y luz no demasiado brillante.
Entré con mi menoría de edad a menos de un año de terminar, y pedí una cerveza con la mejor voz de hombre que pude poner. La camarera era una chica morena de ojos verdes, con un buen cuerpo y una sonrisa tranquilizadora, unos veinte años le eché. Me sirvió la cerveza a pesar de haberme calado desde que entré y me regaló una media luna. Se la devolví con la mejor mueca que tenía, al menos la más parecida a una sonrisa, y un piropo simple pero claro.
Podría compartir una vida con esa chica, al menos eso me transmitió cuando me rozó los dedos al darme las vueltas de mi billete de diez euros.
Me fui con paso decidido a la esquina más oscura de aquel bar, no había demasiada gente, la verdad, era un ambiente tranquilo. Me puse una canción en el Ipod y me dispuse a beberme aquella fría rubia que acababa de pagar.
Habría pasado una media hora cuando me quité los cascos, no necesitaba más peso en la espalda, no me ayudaría para salir del barro.
Di un trago a la cerveza, y al bajar la jarra, vi algo que me sonaba familiar.

- ¿Tantos versos a mi nombre, y pensabas que me iba a ir para siempre? - Dijo una voz femenina.
-  Nos hemos visto alguna vez? - Le pregunté
- No, aún no. - Contestó.

Y sonreí.

2 comentarios:

  1. Un texto precioso, me ha encantado. Sigue así. :)

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    1. Muchísimas gracias. Me alegro mucho de que te haya gustado. Gracias por perder un ratito de tu tiempo en mi blog. Un beso. :)

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Vamos, no te cortes, como si estuvieras en tu casa.