miércoles, 29 de mayo de 2013

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Nadie debería verte así. Nadie que no lo merezca.
Fuera de tus casillas. Perdido. Como un gato que araña porque no ve la salida. Porque si lo haces, si dejas que vean el hueso bajo la piel, si dejas que vean el color de tu sangre o cómo pierdes tu propio control... será cuestión de tiempo que se pregunten qué más puedes llegar a hacer. Y ese, desgraciadamente, no es el problema, el problema es que te lo preguntes tú. Que te asustes. Que te mires y haya días que no puedas aguantarte la mirada. Que te busques en los cristales del tren y desees no tener reflejo. Que no te conozcas. Entonces sólo serás una botella llena de agua hasta el límite, cerrada por el tapón, esperando a que su propia congelación haga que sus paredes se resquebrajen, viendo como deja de ser lo que fue antes de empezar el frío. Notar la escarcha dentro, luego los pedazos cada vez más grandes de hielo, más tarde ya no podrá moverse, terminará dejando los restos de lo que fue esparcidos por la superficie del espacio que la resguardaba del calor.

Crack... Tres, dos, ...crack, uno...

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Vamos, no te cortes, como si estuvieras en tu casa.