domingo, 7 de octubre de 2012

Cáscara de piel.

Te veo, claro que te veo.
Estiro los dedos y puedo tocarte, puedo dibujarte besos en la cara, puedo hacer líneas en tu espalda, y agarrarte como si estuviese entrando una ventisca por la ventana.
Pero... ¿Te siento realmente?
Mi voz, hace eco en el pecho. Si cierro los ojos, puedo verte pasar desnuda por mi cabeza, y puedo verte sentada, hablándome del color del cielo.
Si los abro, puedo verte vestida en mis retinas, y puedo verte de pie, hablándome de la vez que te emocionaste viendo una película de dibujos.
Y te abrazo, y te abrazo, y te abrazo.
Y subo las escaleras que bajé para dejar hueco a los días entre los dos, y cada escalón es un acorde menor, una luna rota, una marea baja.
Muevo las hojas que componen mi diario del presente, la tinta se ha corrido como el sudor que dice que sobran capas de ropa. Echo un vistado a las del pasado, y aún siguen ardiendo, no puedo tocarlas.
Por último, me da por abrir el del futuro. Vacío. No hay nombres de cinco letras, ni sentimientos de cuatro, ni espacios de tres roces con dos besos y un te quiero.
Enciendo la luz, como el que busca agua en el desierto, y te tengo delante.
Puedo verte demasiado bien.
Apago la luz, como el que ansía no escuchar el ruido de los trenes llenos de despedidas.
No te veo, pero sé que estás ahí.

Quizás la solución sea estrellarme contra tí, con la esperanza de ser dos rocas capaces de hacer fuego.

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Vamos, no te cortes, como si estuvieras en tu casa.