lunes, 24 de diciembre de 2012

No te quiero tanto.

Hoy mi confianza me ha pedido un descanso, ha quedado con mi risa para tomarse un año sabático fuera de casa. Aún puedo quererte. Aún puedo olvidar y afrontar otro fracaso.


Aún puedo olerte sobre la cama, abrazarte en la almohada, y ver los corazones que pintabas sobre el vaho en el espejo.
Hoy he visto los vasos compartidos volcados sobre la mesa, derramando los hielos como una persona que expulsa por la boca todo lo que lleva dentro hasta quedarse completamente vacío.
Vacío, vacío como el bar en el que nos metimos mano, vacío como mi pecho, como tu forma de quererme, como el probador, como nuestra ropa interior en el suelo.
Las butacas del cine donde nos buscamos las palomitas y los pantalones, están a luces apagadas, esperando que vuelvas.
Ya he perdido la cuenta del tiempo que hace que te has ido, quizás días, meses, o un segundo eterno.
Llevo cuatro días intentando tener suerte con la moneda de dos caras, y siempre cae de canto, o se aleja rodando hasta el sofá.
Rodando hasta el sofá, y hasta la cama, y hasta dar con el suelo, eramos un tornado horizontal.
Últimamente Gran Vía está más sola, la casa está más sola, hasta mi soledad te echa un poco de menos.
No llegué a pagar mis deudas con tu espalda, y supongo que por eso te fuiste.
Tal vez fue mi manía de no querer perderte, eso a lo que tú llamabas celos.
Te escribí mil cartas recordándote, y rompí mil cartas olvidándote.


No te quiero tanto, hoy he mirado el calendario, y ya ha pasado mucho tiempo. He llamado a París, por si acaso seguías allí, y nadie me ha cogido el teléfono.



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Vamos, no te cortes, como si estuvieras en tu casa.