lunes, 31 de diciembre de 2012

No quería.

No quería terminar el año sin darte las gracias.

Por enseñarme a intentarlo una vez más.
Por darme valor cuando yo ya me había quitado la etiqueta.
Por abrazarme cuando temblaba y me preguntaba los minutos que nos quedaban de vida.
Por darme una navidad en el centro, solos entre tanta gente, y por enseñarme la nieve debajo de las mantas.
Gracias por gritarme sólo para pedirme más.
Gracias por levantarte y servir dos tazas de cola-cao caliente a las tres de la mañana.
Por ayudarme a dormir y darme un beso al despertar.
Gracias por pasarme la pierna por encima y mirarme a los ojos cuando te buscaba.
Gracias por darme la valentía de aceptar que mi casa es donde estamos.
Por los mordiscos en el cuello, y el olor a piruleta del jabón del baño.
Por saciar mi cabeza y darme aire cuando me ahogo.
Por mirar la guitarra tan de cerca y escucharme cantar.
Gracias por entrelazar los dedos de los pies.
Gracias por aceptar la fecha de caducidad, y quererme todo lo que se pueda en el espacio de un segundo.
Gracias por darme la mano para que sepa que estás ahí.
Por agarrarte a mi cintura mientras preparo la comida, y sentarte en la encimera a jugar a la consola.
Por soñar que te pierdo, y al despertar, tenerte a mi izquierda, bajo mi brazo.
Porque no quería terminar el año sin darte las gracias.
Porque no quería terminar el año.

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Vamos, no te cortes, como si estuvieras en tu casa.