jueves, 30 de agosto de 2012

El mundo tras mis ojos.

Una de las cosas que siempre me ha dado por imaginar, es la típica escena
en mitad de una calle enorme, tal como Gran Vía, repleta de gente andando 
en dirección contraria a la mía, y en medio, destacando entre todos, 
una chica llorando. Entonces yo me acercaría y...


Serían más o menos las nueve de la noche, ya estaba oscuro
pero la luz de los neones de la Gran Vía dejaban ver con claridad
cualquier detalle que hubiese.
La música sonando en mis cascos creaba en mis ojos un mundo para mí solo.
Todos, o la gran mayoría iban en dirección contraria a la mía.
Yo, miraba mis zapatillas, primero una, luego otra... andando contra todos.
De repente, levanté la mirada y la vi. 
Estaba en mitad de la multitud, mirando al suelo... tan guapa...
Al acercarme, ví una lágrima que se suicidaba en su labio inferior
y moría ante el paso de su lengua, que la borraba de éste.
Normalmente, habría seguido mi camino de vuelta a casa,
pero algo me hizo pararme.
Me quedé delante de ella, soportando los codazos que me daba la gente
que andaba por la inmensa calle del centro de Madrid.
La agarré las manos, estaban heladas, me miró extrañada.
¿Estás bien? Le pregunté.
Sin decir nada, se limitó a abrazarme. Yo, también lo hice.
Me miró por primera vez a los ojos, la separé de mi cuerpo,
y arrastré con los dedos el maquillaje corrido por las lágrimas.
Tranquila. Susurré. Pero ella pudo oírme.
No necesitabamos un sitio más tranquilo, no necesitabamos nada
en ese momento, sólo estabamos ella y yo.
De nuevo, la di la mano y nos sentamos a un lado de la calle.
Y durante una hora, debatimos sobre temas tan importantes
como el sabor del regalíz, y las mil formas de mirarnos.
Tenía que irse, tenía que irme.
Nos levantamos, la agarré con una mano de la cintura
y la otra la perdí en su pelo. Luego, en pleno invierno,
vi la primavera en sus labios.
Me preguntó mi nombre. La volví a besar. 
La pedí entonces, que cerrara los ojos y contara hasta diez.
Al abrirlos, yo me había perdido entre la gente, y no nos volvimos a ver.

Cuándo lo conté, me dijeron por qué lo había hecho. Miedo, contesté,

ella era la mujer con la que me despertaría todos los días, y aún era muy joven.




Varios años después, estaba preparando mi primera maqueta, 
era mi segunda actuación en la sala Galileo Galilei, estaba cumpliendo mi sueño,
y antes de empezar la canción que llevaba su nombre, decidí mirar al público...

... Y entonces...

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